Fotografía tomada de http://www.pensandoamericas.com/ |
Mabel te llaman.
Contesté la llamada: Buenos días. ¿En qué le puedo
ayudar?
El hombre que habló me dijo: No me conoces, pero te
tengo un mensaje de una persona que quiere verte (Me dio una información adicional
que me hizo confiar) y me citó en un lugar público en el que había un evento,
que no tenía nada que ver con las fuentes informativas que yo cubría en esa
época.
Estacioné mi moto y no había avanzado mucho en el lobby
del lugar de la cita, cuando lo ví. ¡Dios
qué alegría! Era un amigo a quien no veía hacía mucho tiempo. Se había ido del país amenazado de muerte. Lo
abracé con fuerza y le dije: ¿Estás seguro aquí? Me dijo: Sí. Las cosas han cambiado.
Durante el tiempo que no nos vimos, supe que estaba
bien, porque él se las ingeniaba para dejarme mensajes en casa con mi mamá.
Ella no sabía de quién se trataba. Solo
me daba el mensaje: Te llamó fulano de
tal (no era su nombre por supuesto) y te dejó dicho que está muy bien, que
te quiere mucho. Eso me tranquilizaba,
pero me llenaba de tristeza, porque me estaba perdiendo de compartir con
alguien que era realmente muy especial.
Ninguno se imagina lo duro que es saber que te van a
matar y que la única salida que tienes es irte con tu familia lo más lejos
posible, llevarte muy poco (material) y empezar una nueva vida. Una cosa es irte a aventurar porque quieres
tener esa experiencia y otra muy distinta que te obliguen a hacerlo.
El caso de este amigo, de otro que fue secuestrado en
el año 2002 y de uno que solo después de 20 años pudo volver a Colombia, es lo
más cercano que he tenido del conflicto armado en Colombia. Créanme, si como amiga me dio tan duro, no
quiero ni pensar lo que sufrieron sus familias. Y eso que estos son tres casos
en los que al final, todo ha salido bien: Están vivos, regresaron a su tierra,
a su hogar y están tranquilos porque los
sacaron de la lista negra.
Otras familias, muchas en este país, no pueden contar
la misma historia. En medio de un conflicto que no entienden, han perdido
hijos, hermanos, esposas, hermanas, amigos. Una guerra sin sentido que solo ha
dejado dolor, miseria, intranquilidad y odio. ¡Qué triste!
Pero ellos, quienes sufrieron y recuperaron su
tranquilidad, quienes todavía tienen familiares desaparecidos, quienes vieron
morir a los suyos, quienes aún están fuera del país, no quieren que la guerra
siga. Ellos, quienes han vivido en carne
propia el dolor, la angustia, han elegido perdonar, porque quieren volver a
dormir tranquilos, porque saben que el odio los acaba por dentro, porque no
quieren que otro sufra lo que ellos sufrieron.