Jueves 18 de septiembre de 2014
La
letra
Mi papá no fue a la escuela.
Su escuela fue la vida, con golpes fuertes, pero
grandes enseñanzas.
Cuando conoció a mi mamá él no sabía leer ni
escribir. Ella lo enseñó. Se casaron muy jóvenes y empezaron la vida
juntos con muy poco, en cuanto a recursos económicos.
Cuando nací, la menor de cinco hermanos, el panorama
era otro. Mi papá me decía que yo llegué con la suerte que él necesitaba y que
su vida cambió (que no se ponga celoso ninguno): Construyó la casa en la que
aún vivimos, tenía un negocio propio, una finca y un carro.
La primera vez que vi la letra de mi papá me
sorprendió. Eran unos trazos como
garabatos, difíciles de entender. Fue en
su negocio, un depósito de víveres que tenía en el mercado de
Barranquilla. Fui a visitarlo con mi
mamá y mientras él conversaba con un cliente, me pidió que le alcanzara el
talonario de facturas. No hice ningún comentario, pero mi mamá se dio cuenta de
mi expresión y cuando llegamos a casa me dijo lo que les conté al principio de
este escrito.
En esa época mis hermanos estudiaban secundaria y de
veras yo estaba muy pequeña para reflexionar mucho sobre la vida, pero sí pensé
que no debió ser fácil la vida de mi papá, sin saber leer ni escribir y con esa
letra tan fea (porque eso fue lo que pensé, que era fea).
Con el tiempo aprendí a descifrar sus garabatos y nos
divertíamos juntos cuando yo le decía que las palabras que escribía parecían
olas y nubes.
No fue hasta cuando viví en Estados Unidos que
entristecí por haber pensado que su letra era fea. Todos escribían y me enviaban cartas, menos
mi papá. Lo llamé y le dije: “Ajá gordo
y cuándo es que voy a leer tu primera carta?”. Respondió: “Nombre, con esta
letra tan fea para qué te escribo”.
Se me arrugó el corazón y enseguida le dije: “Papi, tú
si crees que a mí me importa cómo es tu letra?
Ya quisieran muchos alcanzar tus logros en la vida y sin haber pisado
una escuela. Además, si tú supieras lo
que alimenta mi alma leer lo que todos me escriben, estoy segura que no te
importaría”.
Le hice prometer que por lo menos me escribiría una
frase.
La herencia de mi padre
Mi papá es el segundo de izquierda a derecha. Ahí están las familias Rada Conrado y Alí De Alba, con la abuela materna. |
Vimos a un niño a la orilla de la carretera, con una ponchera* llena de bollos**. Mi papá se detuvo y le preguntó: “Desde qué hora estás ahí?”. El niño respondió: “Desde las cinco y media”.
Eran las 6 de la mañana y mi papá y yo regresábamos de las playas de Salgar. A él le encantaba ver la salida del sol y ese era un paseo que trataba de no perderme. Yo tendría como unos 10 años.
Mi papá no dudó en bajarse del jeep, que no era marca Jeep sino Toyota, y le dijo al niño que le compraba todos los bollos. Recuerdo con claridad su expresión de incredulidad y una carcajada. Se notaba que era un muchachito inteligente.
Cuando se dio cuenta que era en serio lo de la compra ya mostró otra actitud, aunque también de incredulidad, pero le dijo: “Se los subo al jeep?”. Mi papá le pagó y solo le dijo: “Te voy a comprar todos los bollos cada vez que pase por aquí, pero con una condición: Te vas para la casa y te pones a estudiar algo”. Lo vimos correr feliz por un caminito, gritando: “Gracias, gracias”.
En esa época ya había escuchado muchísimas veces la historia de la infancia de mi padre. Su padre, el abuelo que no recuerdo mucho, no fue muy responsable con su familia y a mi papá le tocó salir a trabajar con tan solo 7 años y nunca fue a una escuela.
Vendía dulces y caminaba tanto que muchas veces durmió donde se lo pilló la noche. Un día me dijo: “Mija, hasta me tapé con periódicos”. Ese día, como ahora, lloré. Es que me parecía mentira que ese hombre tan fuerte que tenía enfrente hubiera tenido una niñez tan triste.
Por eso en casa no nos extrañábamos de la generosidad de mi padre, quien lejos de vivir amargado, estaba agradecido con Dios por lo que había logrado: Una bonita familia, un negocio próspero y buenos amigos.
Su mejor herencia, además de la educación formal que nos brindó, sus experiencias de vida, que enriquecieron las nuestras.
A mi padre, quien se nos fue temprano, con mucho cariño.
*Ponchera: No es el recipiente en el que se sirve ponche. Es uno grande de aluminio o plástico usado para diferentes tareas en el hogar: Lavado de ropa y preparación de alimentos, entre otros. En muchos países, vendedores ambulantes lo usan para transportar los alimentos que ofrecen en las calles.
**Bollo: Alimento hecho a base de harina de maíz, yuca o plátano, que se cocina envuelto en hojas de maíz
Que rica historia! El estilo con que fue escrita es lo que la hace unica...y si es cierto que el Abue se nos fue muy pronto.
ResponderBorrarGracias Nena por tu comentario. Tengo un montón de anécdotas sobre el Gordo. Intentaré publicarlas de a poquito. Y sí, se fue temprano :(
BorrarLloré muchísimo!!!!! Gracias por compartir esta historia amiga!!!
ResponderBorrarAy Moniquilla, cuesta escribirlo, pero lo hago con amor... porque ese Gordo fue realmente valiente en esta vida.
BorrarBonita historia y de la vida real. Sentimientos
ResponderBorrarMe alegra que te haya gustado Belisa. Un abrazo.
BorrarLo leo y lo leo y no me canso de leer esta nota... me recuerda a mi papá...
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