sábado, 14 de marzo de 2015

Carta para un chismoso

Si ese gesto fuera para decir "te quiero", que bueno sería. Foto tomada del sitio Álitum, un centro de rehabilitación para el alcoholismo y las adicciones.


Barranquilla, marzo 14 de 2015

Recibe un cariñoso saludo de mi familia, amigos y el mío propio.

Ayer me enteré que estuviste hablando de mí, de mi manera de ser, de mi apariencia física, de mis amistades, de mi vida en general.  No sabes cuánto agradezco tu interés. No todos los días encuentra uno a personas que dedican parte de su valioso tiempo a reflexionar sobre la vida de los demás.  A veces siento que nos invade el egoísmo y solo pensamos en nosotros mismos.

Recuerdo, como si fuera ayer, el día que te conocí.  Nuestra primera impresión (la de los dos) no fue buena.  Sentí que me miraste con recelo, como interrogándote si yo era una persona buena o capacitada para el trabajo para el que me habían escogido en la empresa en la que tienes aaaaaños de trabajar. Yo, recién llegada, hurgaba en tus gestos, como intentando saber cuál era esa primera impresión que tenías de mí.

Los días pasaron y en algún momento llegué a sentir que ya me habías aceptado, porque me tratabas bien, te mostrabas interesado en mi trabajo, me ofreciste ayuda (cuánto agradezco ese gesto cortés), te diste cuenta que no era una “aparecida”, que tenía una buena experiencia profesional, que mucha gente me conocía y me quería.  Es más hasta creí que ya me querías.

Llegamos a entablar conversaciones en el plano personal, sobre tu familia y la mía, cosas que uno puede compartir y que permiten que los demás nos conozcan. Yo fui sincera. Mi saludo y sonrisa de cada mañana fueron honestos. Algunas veces hasta tuve detalles contigo y no fue para “ganarte”, no tenía por qué hacerlo.

Un buen día, una compañera de trabajo muy amiga tuya me dijo: Confías en esa persona?... porque los veo conversando mucho.  Mi respuesta fue la siguiente: Confiar? La verdad somos compañeros de trabajo y en lo que debo confiar es en que hace bien su trabajo.  No pretendo que seamos amigos y mucho menos confidentes, no en lo personal. Me interesa tener una buena relación como compañeros de trabajo. No es acaso normal? Pregunté.

Lógico, eso me alertó.  Y entonces pensé: “¿Tengo que cuidarme de mis compañeros de trabajo? ¿No puedo confiar en ninguna persona aquí? ¿Debo cuidar cada paso que doy? ¿No puedo hablar de manera espontánea con ninguno?”.  Noooo, me dije. Uno no puede trabajar así, uno tiene que ser como es, donde sea y con quien sea.  Entonces decidí hacer lo de siempre: Ser HO NES TA (pero así, HO NES TA), tratar bien a todos, hacer mi trabajo con responsabilidad y entrega, colaborar a quienes estaban a mi alrededor, ser generosa y agradecida con Dios.

A propósito de Dios, en quien creemos tú y yo, Él fue quien me habló a través de esta lectura y me dijo cuál era el camino a seguir:

Salmo 26
LA SEGURIDAD DE UNA VIDA LIMPIA
Señor, hazme justicia,
Pues mi vida no tiene tacha.
En ti, Señor, confío firmemente;
Examíname, ponme a prueba!
Pon a prueba mis pensamientos
Y mis sentimientos más profundos!
Yo tengo presente tu amor
Y te he sido fiel;
Jamás conviví con los mentirosos
Ni me junté con los hipócritas.
Odio las reuniones de los malvados,
¡Jamás conviví con los perversos!


De regocijo se llenó mi alma cuando leí este hermoso texto.  De regocijo me llené ayer cuando supe que seguía siendo importante en tu vida y en la de muchos.  De regocijo me llené cuando reaccioné y me di cuenta que ya no convivía con los perversos.

domingo, 1 de marzo de 2015

Cuando el amor es lo más importante


Este es un tema del que me cuesta hablar porque revive momentos tristes de mi vida, pero me animé porque sé que hay mucha gente que pasa por situaciones como ésta y no sabe qué hacer. Ah bueno, por si acaso, no estoy sugiriendo que hagan lo mismo que yo, pero a lo mejor pueden buscar un equilibrio.

Me desperté sobresaltada, con dolor de cabeza y un poco asustada. Me levanté, busqué el tensiómetro – que se había convertido en mi amiguito inseparable por aquella época – y me medí la presión.  Estaba alta. 

Eran las 2:00 am.  Esperé que fueran las 6:30 am y llamé a mi hermano Rafa y le dije cómo me sentía. Me dijo: Es normal que estés estresada con toda esta situación que estamos viviendo.

Por esos días, Yudex, esposo de mi tía Miriam, estaba hospitalizado, pasaba momentos difíciles a consecuencia de un cáncer en la tiroides, de una reacción alérgica al tratamiento que querían hacerle y esperaba una transfusión de sangre.

Y mi mamá. Ya tenía varios años con una profunda depresión después de la muerte de mi papá.  Se me partía el corazón cada vez que llamaba por teléfono a preguntar por ella.  Cuando mi hermana me decía que me la iba a pasar, se me aceleraba el corazón, por el miedo a lo que pasara.  Es que en muchas ocasiones se expresaba de manera incoherente y eso me atormentaba.  Lo único que me reconfortaba era cuando mi hermana tomaba el teléfono nuevamente y me decía: Si vieras la cara de alegría cuando escuchó tu voz.

Era el año 2009 y yo vivía en New Jersey. Mi hermana me decía que en algunas ocasiones mi mamá escuchaba una canción y decía: “Esa es Mabe?”. Y me dijo: Ella escucha tu voz a cada rato, cuando ve a alguien de cabello negro también piensa que eres tú y a veces dice: “Ella está allá, presa por el sistema”.

Volviendo a la mañana en la que llamé a mi hermano para contarle cómo tenía la presión arterial, le dije: “A veces me dan ganas de irme”. Recuerdo cada palabra de su respuesta: “Cierra los ojos y vente” y agregó: “Mi mamá te necesita, pero en este momento quienes más te necesitan son Yudex y mi tía”.

Hacía días rondaba por mi cabeza una idea que me atemorizaba muchísimo: Y si cuando regrese a Colombia mi mamá no me reconoce?  Lloré mucho pensando en eso y siempre decía que no me perdonaría si eso ocurriera.

Terminé de hablar con Rafa y me senté en la cama a llorar y a pensar. “Dios mío, qué hago?”.  De pronto me invadió una sensación de certeza, claridad y tranquilidad y dije: “Me voy”.

Hablé en mi trabajo, esa misma tarde fui a comprar el tiquete de regreso a Colombia. Fecha: 14 de julio de 2009.  Tenía 17 días para organizar mi viaje. Me sentí diferente, alegre con mi decisión, cuando a los tres días recibí una noticia que me derrumbó: Yudex murió.  Dios qué dolor tan grande, no alcancé a decirle nuevamente cuánto lo quería! Salí corriendo para el apartamento de mi primo Yudex, quien vivía a pocos minutos, para acompañarlo en ese momento.

Ese día, muchos amigos y conocidos se enteraron de la decisión que ya había tomado de regresar a Colombia y no faltó quien me dijera: “No te irás a arrepentir de esa decisión?”.  A uno le contesté: “De lo que no quiero arrepentirme es de no haber regresado a tiempo”.

Todavía en estos días alguien me dijo: “No te arrepientes de haber regresado a Colombia? No fue como retroceder?

Nunca me he arrepentido de esa decisión. Fue la mejor. Me lo dice la sonrisa de mi mamá, su cara de picardía cuando me hace una broma, el sonido de sus besos tirados al aire y su cara de satisfacción cuando le preparo una comida que le gusta.  Y me lo confirmó esto, que ocurrió al día siguiente de mi regreso: Mi hermana llegó a mi habitación y me dijo que al acostarse la noche anterior mi mamá le dijo: “Dime que no estoy soñando y que es verdad que ella está aquí”. Teníamos más de cuatro años de no abrazarnos.

No quiero imaginar lo que sentiría si me hubiera perdido estos años de mi madre aún con momentos de lucidez, cuando aún conserva su buen sentido del humor. No niego que hay momentos duros, como cuando se "pierde en su mundo" y ella misma no puede controlar sus pensamientos, pero puedo abrazarla, besarla, mamarle gallo, cuidarla.


Algunos dirán que no fue fácil para mí.  Pues sí, pero no dudé cuál era mi prioridad en ese momento.

Y ustedes, tienen clara su prioridad en esta vida?

Se me salieron las lágrimas cuando fui a reclamar la cédula de mi mamá y vi la firma. No hay duda que vivía pensando en mí.