La
conversación solo era interrumpida por el paso de alguna chica, que lograba
distraerlos por completo.
Intenté
que ellos no me distrajeran a mí, porque de verdad necesitaba revisar mi agenda
y ser cuidadosa en cumplirla o el día no me rendiría.
Con
el rabito del ojo lograba percibir
los movimientos de ellos (solo veía bien sus piernas y las sillas giratorias en
las que estaban sentados).
De
pronto escuché una voz femenina y levanté por completo mi cabeza. Era una chica bastante joven que se ve que
los conoce muy bien y se unió a la discusión del uso de lideresa. Solo uno de ellos decía que la palabra sí existía. Otro aseguró que no y los otros dos (los
mayores) andaban en otro cuento
porque no volvieron a referirse al tema.
Me
di cuenta que la chica los conocía porque les habló con confianza, no recuerdo
si los saludó de beso, y porque además ella no logró distraerlos por completo,
a pesar de su juventud y belleza.
Volví
a mi agenda, llamé a mi hermano Luis para confirmar algo que teníamos pendiente
y mientras conversaba con él, observé que uno de los dos que andaba en otro cuento, quien se había alejado del
grupo, regresaba a la mesa con una sonrisota y carita de picardía. Alcancé a oír cuando dijo: “Ya vieron a la
chica que está en Dunkin Donuts?”. Todos
respondieron que no. “Uy está bien bonita, dijo”.
Me
causó mucha gracia la escena. Es que su
expresión fue como la de un pelao de
18 años. Y me dije: “Ajá y por qué no?
Tiene derecho a emocionarse”.
Les
juro que intentaba concentrarme en la agenda, cuando de pronto veo al mayor de
todos hacer un giro de 360 grados sobre la silla en la que estaba sentado.
Entonces me di cuenta que él no estaba ahí para conversar con sus amigos, él
estaba ahí para recrear su vista! Una
cosa es lo que les pueda describir y otra observar la expresión de su rostro
cada vez que aparecía una mujer joven en la pasarela
de ese centro comercial.
El
señor ignoraba por completo todo comentario de sus amigos, quienes ya estaban
hablando de política, y hacía su giro sobre la silla, se le iluminaba el rostro
y desplegaba una enorme sonrisa en sus labios al paso de la modelo de turno.
Cómo disfrutaba esos segundos!
Sonreí
y tomé una foto de las piernas del grupo sin que se dieran cuenta.
Terminé
de hacer mis apuntes, revisé un correo electrónico en el celular y me olvidé de
la posibilidad de avanzar algo en la lectura de mi libro de metodología de la
investigación, que ahora vive conmigo todo el tiempo.
Recogí
todo de la mesa, me levanté y solo avancé dos pasos cuando el señor mayor se
dirigió a mí como si fuera mi amigo. Se
dio este diálogo:
-
Ah,
pero te vas!
-
Sí,
señor, ya me debo ir.
-
Ay
qué pesar! Tú eres paisana mía? (Había olvidado contar que este señor tiene la
nariz como la de mi papá y un poquitín de ojeras… o sea, cara de turco, como decimos popularmente)
-
Quién
sabe si seremos paisanos, nuestras narices se parecen.
-
De
dónde es tu familia?
-
Mi
papá de Ciénaga y mi mamá de aquí de Barranquilla.
-
Tu
y yo parecemos familia.
Sonreí y me despedí de todos. El señor me detuvo por la muñeca y me
preguntó:
-
Qué
haces, cómo te llamas?
-
Mabel
Rada, soy comunicadora social.
-
Aaahhhhh,
periodista! Qué pesar que te tengas que ir!
-
Así
es y con permiso me retiro. Que tengan un lindo día y se diviertan.
No
tengo duda de que ya se estaban divirtiendo. Yo también me divertí con la
escena y me hubiera quedado allí, de no ser porque a la mesa de al lado llegó
uno, también mayorcito, pero no tanto como los otros, dijo buenos días y fue tirando lance de una!
Ahí
si dije: “No señor, ésta se va de aquí ya!”