jueves, 9 de febrero de 2017

YA SABÍA LO QUE QUERÍA

En la zona de prensa de Catedratón 2010.  Barranquilla.
En bachillerato, con todo y el terror que le tenía a presentarme en público, normalmente leía los programas de los eventos culturales en el colegio (más terror le tenía a cantar en público, como solista).  De todos modos me arriesgaba porque tuve una gran profesora que me enseñó a leer muy bien en voz alta y la seguridad que sentía (de leer bien) superaba el miedo al público.  Eran épocas en las que una “salida de gallo” era objeto de burla y las compañeras de colegio no perdonaban una.

También tenía facilidad para redactar y por eso jamás supe lo que era copiar y pegar el texto de un libro para cumplir con una tarea escolar. Ayudó muchísimo que mi papá acostumbraba a comprar el periódico diariamente y mi hermano Luis compraba muchos libros, que al final pasaban por las manos de todos.  De hecho, mi mamá nos organizó una biblioteca en la casa, que además de almacenar los libros, era nuestra zona de estudio.

Cuando terminé la primaria, entré a estudiar a un colegio que otorgaba título  de bachiller comercial. Pasé las vacaciones de fin de año practicando mecanografía, porque no quería entrar siendo puyógrafa. Por eso, cuando mis compañeras de primero de bachillerato iban a conocer el teclado de una máquina de escribir, ya yo escribía con los 10 dedos; cuando nos mandaron a tapar las letras del teclado, ya escribía sin mirarlo; cuando nos empezaron a hacer pruebas de velocidad, ya escribía rápido.

Luego de terminar el bachillerato comercial en el Colegio Santa Teresita del barrio Las Nieves de Barranquilla, me propuse entrar al Colegio Hermana Virginia Rossi. Durante 1980 asistí a todas las veladas que organizaron.  Me gustaban las instalaciones del colegio, pero sobre todo, sentía que había mucha cercanía entre alumnas y religiosas (y no me equivoqué).

Un viernes en la tarde, mientras esperaba en el patio a una amiga que estudiaba allí, escuché a alguien decir que iban a tener problemas para imprimir el periódico escolar, porque el esténcil con los artículos se había roto y solo les quedaba uno más. Me acerqué, me disculpé por meterme en la conversación y les dije que si querían las ayudaba, que sabía picar esténcil.  Por supuesto, cuando entré a estudiar al año siguiente, ya tenía ganada la oportunidad de participar en el periódico escolar.

Si había que hacer una cartelera, no me temblaba la mano para coger un marcador y empezar a escribir.  Si había un acto cívico, ahí estaba para ayudar a organizar.  A lo único que no me le medí fue a las obras de teatro. Mala, pero mala, para actuar.

Le fui perdiendo el miedo a hablar en público, hasta el punto que el día que a la religiosa encargada de las clases de canto la incapacitaron por seis meses, me pidieron que dirigiera las clases para todo el bachillerato y la primaria y acepté. Estaba en sexto de bachillerato. Ese fue un voto de confianza y una gran prueba para mí. 


Llegó el momento del famoso test vocacional que hacen durante el último año de bachillerato. Unos audífonos y un micrófono. Eso fue lo que pinté en la última parte del test. Tenía bien claro, a los 16 años, lo que quería hacer y ser en el futuro.


El camino abonado hacia mi profesión de comunicadora social – periodista.

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- Salida de gallo: No sé si es la definición correcta, pero es cuando al hablar o al cantar, desentonas y se escucha un poco más agudo o desafinado.

- Puyógrafa: Así le dicen a las personas que escriben a máquina con uno o dos dedos.

- Estencil: Formato tamaño oficio, elaborado en papel encerado, especialmente para ser perforado con máquina de escribir.

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