En la web circula una caricatura en la que un niño, sentado en las piernas de su abuelo, observa un libro y expresa: “Cómo dices que se llama?”. El abuelo responde: “Libro, chaval, libro”. El niño agrega: “Es como un SMS pero con más palabras”.
Soy consciente de lo que estamos viviendo y siempre he estado dispuesta a enfrentar los cambios. Es más me incomoda la gente que se resiste a los cambios.
Me pregunto si de verdad dejaremos de manosear los libros, porque el periódico sigue ahí y siento que por largo tiempo, a pesar de los contenidos virtuales gratis.
La emoción de desempacar un libro nuevo, de pasar una hoja y otra, de volverlo a leer, de recrear la vista con la ilustración de la portada, de sentir el olor, me encanta.
Recuerdo la llegada de los teléfonos inalámbricos. Todo fue felicidad hasta que un día nos tocó enfrentar la dura realidad de un apagón eléctrico y nos quedamos incomunicados. Y peor aún, cuando desempolvamos el viejo teléfono negro de disco y con alegría pensamos: “aahhhhh, por lo menos nos podemos comunicar”. La alegría duró poco, porque cuando llamamos a reportar el problema a la empresa de energía solo escuchábamos una voz que decía: “Presione 1 si quiere hablar con un asesor comercial, Presione 2 si es un reporte de daños….”. Noooooooooooo, no había tecla para presionar, sino disco para girar.
Los más pequeños de mi familia ni siquiera conocen aquel teléfono negro de disco, porque hasta los ha arrullado una canción de cuna bajada directamente al teléfono de uno de sus padres.
Las nuevas tecnologías son increíbles, de eso no hay duda. Acortan distancias, son inmediatas, atractivas, efectivas, participativas, novedosas y nos facilitan la vida.
Así como acortan distancias, generan distanciamiento; su inmediatez a veces es peligrosa; la atracción puede resultar obsesiva; la abierta participación puede ser manipulada, lo novedoso puede ser fugaz y eso de que nos facilitan la vida a veces es dañino.
Hay que buscar el equilibrio, usarlas racionalmente y lograr que el aroma de lo que nos rodea nos genere alegría al cerrar los ojos, que el sonido de lo natural sea música para nuestros oídos. Y lo más importante, que la caricia y el diálogo entre padres e hijos, hermanos, familiares y amigos no se pierda por dejarnos absorber en un mundo virtual que puede llegar a aislarnos.
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