Faroles en la terraza de la casa |
Y por lo menos yo, corría a encenderla nuevamente.
Eso ocurría muchísimas veces en la madrugada de cada 8
de diciembre en la puerta de mi casa. Mi papá se sentía orgulloso del caserón
que construyó para la familia y se “jactaba” de la iluminación de ese día: Eran
casi cien faroles, ubicados en la terraza, los bordillos del jardín, el plafón
y hasta colocábamos uno en el postecito que señala la dirección de la cuadra.
Los faroles de entonces eran mucho más grandes que los
que vemos ahora, fabricados con madera y papel celofán de colores vivos. Una
caja de “Velas Santa Marta” y suficientes fósforos “El Diablo”, estaban listos
desde la noche anterior, en la sala de la casa, para iniciar la bonita
tradición de cada Día de la Inmaculada de Concepción.
Recuerdo que todos participábamos activamente, porque
era la única manera de mantener iluminada la casa, pues la brisa apagaba muchas
velas y había que encenderlas rápidamente. Eran algo así como veinte faroles
por cada uno de nosotros (mis cuatro hermanos y yo).
Cuando se acercaban las 5:00 am y luego de rezar el
rosario, mi mamá anunciaba que nos preparáramos para desayunar, en la terraza
de la casa. Empanadas de carne, queso, café, jugo de naranja, hacían su
aparición y por un buen rato, no había quien vigilara los faroles. Algunos se
empezaban a quemar porque la brisa los movía y la vela se pegaba al celofán. Ya a esa hora, y en medio del desayuno,
sabíamos que algunos faroles no sobrevivirían esa madrugada.
La salida del sol se acercaba y yo corría a la mitad de
la calle a ver la Sierra Nevada de Santa Marta, que se divisaba a lo lejos,
como una hermosa aparición. En ese
momento, espátula en mano, también iniciábamos la limpieza de los restos de
vela en terraza y bordillos. Mi mamá
vigilaba que esa tarea no quedara inconclusa.
Qué hermosos recuerdos.
Por ellos, pero más en honor a mi padre y mi madre, cada 8 de
diciembre que viví en New York, encendí una vela dentro de un farol (aunque no es tradición en
Estados Unidos). Al regresar a Colombia seguí con esa tradición y este año fue
realmente especial: Me costó muchísimo trabajo levantarme en la madrugada
(estaba cansada y con un pequeño malestar de salud). Oré y le pedí a la Virgen que
me diera fuerza para levantarme. La brisa me jugó una mala pasada y tardé más
de la normal en encender las velas. Por fin lo logré.
Cuarenta años después de aquellos recuerdos, el amor
por mis padres sigue siendo el aliciente para continuar la tradición, que nos
encanta, pero algunas cosas han cambiado: Son menos faroles y velas y cuando
una se apaga… ninguno corre a encenderla.
Los faroles de hoy |
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