sábado, 13 de septiembre de 2014

Sin participación real no hay democracia y sin democracia no hay paz



Una sociedad es democrática en la medida en que sus integrantes pueden participar en la definición de políticas públicas. Y eso es real si se cumple, si no, es sencillamente apariencia.

Podemos elegir presidente, gobernantes y a miembros del Congreso, pero de qué vale si quienes supuestamente nos representan allí realmente llegaron para defender los intereses de unos pocos? Empresas privadas, por ejemplo.

¿De qué vale hablar de democracia si el pueblo realmente no es tenido en cuenta para tomar decisiones fundamentales?

Me molesta cuando uno cuestiona sobre este tema y algunos saltan a decir que hay muchas maneras de demostrar que este país es realmente democrático.  ¿Es democrático porque las empresas del Estado organizan rendiciones de cuentas, porque tienen en sus portales en internet una pestaña de sugerencias o porque cuando falta poco para aprobar una iniciativa publican un documento tipo mamotreto*, que nadie lee?

Eso no es participación, eso es un engaño, así de sencillo.

Lo normal en esta democracia es: Se sientan unos pocos (gobernantes, asesores, consultores, asistentes) y definen qué quieren hacer, por ejemplo, con el transporte público.  Construyen un documento base, lo discuten entre ellos una y otra vez y contratan a un experto que lo plasma en términos tan técnicos, que a veces resulta difícil digerir.

Luego, cuando ya se ha negociado con todo el que es clave para que la iniciativa tenga respaldo, se lo dan a conocer a los beneficiados, que tirando brazadas intentan llegar a la orilla para ser tenidos en cuenta en la decisión final.
Por eso, cuando en varias oportunidades el gobierno ha querido que la gente participe desde el principio en la construcción de algunas políticas, la gente ni siquiera presta atención, porque no cree que esa participación sea real o sirva de algo.

Hay excepciones y recuerdo una de varias, de hace pocos años, cuando defendiendo la inclusión de las personas sordas e hipoacúsicas se reglamentó el Lenguaje de Señas colombiano y el subtitulado en la televisión colombiana.

Se realizaron mesas de trabajo y todas las partes expusieron sus puntos de vista: Gobierno nacional, asociaciones de sordos, representantes de canales de televisión públicos y privados y comunidad en general. Algunos se quejaron al final por los resultados, pero no participaron en las convocatorias, así que ya les tocaba aceptar la decisión que otros tomaron.

Y por cierto, no todos los canales de televisión cumplen con la norma de incluir el Lenguaje de Señas colombiano en su programación. Y eso quiere decir, que no les importan las decisiones democráticas.

Por eso es importante mantenerse alerta sobre cada paso de nuestros gobernantes y funcionarios públicos.  Y no para joder**, sino para defender nuestro derecho a participar en la construcción del país que queremos, un país en el que la gente tenga una vida digna, con acceso a educación, empleo, salud y vivienda… una sociedad en paz.

Y aunque empecé muy quejosa, termino regañona. No nos quejemos de lo que tenemos si no nos interesamos en participar. No se vale quedarse sentado esperando a que nos den todo mascado o permitir que otros sigan decidiendo por nosotros.

Por cierto, alguna vez han visitado http://www.urnadecristal.gov.co/?  Les dejo la inquietud, porque esa una forma de participación. Habría que averiguar qué tan buena es esa estrategia (que es virtual y no toda la población tiene acceso a internet) y qué tanto podemos confiar en ella, porque me duele decirlo, pero me cuesta creer en las estadísticas de este país.

*Mamotreto (uso coloquial): Se llama así a un documento, libro o legajo  abultado, difícil de leer.

**Joder: No es ni la primera acepción que aparece en los diccionarios, ni es una ciudad de Nebraska.  En este caso es “molestar”

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